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Fausta (Relato Real)

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Mensaje  Admin Lun Ene 25, 2010 7:55 pm

FAUSTA.
(Relato real)


Siempre me ha gustado ir a la iglesia. Desde niña, he creído en la existencia de Dios nuestro Señor, la Virgen, NUESTRA Madre y sus santos y sus ángeles. No lo conozco mucho (a DIOS), pero sé que está ahí, a lo largo de mi vida me ha hecho favores y he visto algunos milagros en otras gentes.
Ahora ya llevo cincuenta y cinco años sobre mis espaldas y hasta nietos tengo. Creo que he vivido una existencia normal, con problemas, sin embargo, también con cosas bonitas que me han ocurrido, como lo son mi esposo, mis hijos… sé, por experiencia propia, que la vida no es fácil y, en lo particular, he visto que cuando una pretende entregarse más al SEÑOR, las dificultades se multiplican, sospecho que es por obra del mal, que pretende alejarnos de nuestro camino. a mí se me presentó en persona y de manera muy tangible. Déjenme contarles…

-Por algo que se me ha hecho costumbre, le rezo a quienes padecen algún mal, ya sea para que consigan su salud o bien para ayudarlos en su partida hacia los brazos del SEÑOR. Todas las tardes; iba a orar para que un hombre, muy enfermo, se recobrara. Así, remontaba una calle en una ligera cuesta, en el pueblo donde vivo; con la Biblia y mi rosario en las manos. Algunas ocasiones, regresaba cuando ya era de noche, pero no me importaba si con eso cumplía con el deber que me he impuesto; además, el lugar sigue siendo, hasta la fecha, un tanto seguro y mucha gente me conoce.
Invariablemente luego de rezar y cuando bajaba la cuesta, cruzaba camino con un borrachín, quien amablemente se tocaba la visera de su gorra de esas que parecen de beisbolistas, para saludarme, amable y respetuoso; nunca le vi bien la cara, precisamente por aquella cachucha que me impedía apreciar sus facciones. Yo seguía el camino hasta llegar a mi casa. Pero, cierta vez, se me hizo más noche que de costumbre, eran casi las once y media cuando abandoné la casa del hombre enfermo. Con algo de prisa bajaba por aquella calle, que ya lucía completamente solitaria. A la luz de las lámparas del alumbrado, distinguí la silueta del borrachín que venía en sentido contrario a mí. Casi no le di importancia a ese detalle, mi preocupación era llegar cuanto antes a mi hogar; sin embargo, en vez de seguir su camino, luego del consabido saludo, el hombre aquel, sin decir nada, me impedía el paso.
-Señor, déjeme seguir. ¿Qué es lo que quiere? Si usted siempre ha sido amable conmigo y yo ningún mal le he hecho.

-El hombre seguía mudo, con el rostro envuelto en la penumbra que causaba la visera de su gorra y la noche.

Si yo me hacía para un lado, el hacía lo mismo hasta que, a pesar de mi temor y cansada de su actitud, alce más la voz y le ordené que me dejara pasar.

-Te dejo seguir tu camino si me dices la hora que es-

Contestó, con su voz ronca por la ebriedad.

Como pude, y a la luz de las lámparas, puede ver que en mi reloj de pulso las manecillas marcaban las doce de la noche. Así se lo dije.

-¡Buena hora para irnos al infierno!-

Respondió él, esta vez, con un tono de voz cavernoso y horrible.

-¿Quién es usted, por qué me dice eso?

El sujeto no contestó, únicamente se llevó la mano a la cabeza para quitarse la gorra y una vez que lo hizo, de entre el pelo se alzaron dos cuernos como de macho cabrío y sus facciones se convirtieron en la de un demonio. No es mentira lo que les digo y aún la piel se me eriza al recordar. El ambiente se volvió muy frío y un viento repentino agitó mis ropas y el velo que llevaba en el pelo. Sentí las garras, horrendas, de aquel maldito de Dios aferrar mi cuello, mientras vociferaba las peores blasfemias e insultos; quería que yo aceptara que era la amante del señor cura del barrio y de ramera no me bajaba en sus calificativos. Entiendo que quería vencer mi fe, por medio del terror. Me pedía que aceptara todo cuanto me gritaba, mientras yo sentía morir de miedo. A pesar que mis pensamientos parecían ser una maraña en mi cabeza, con las garras de aquel demonio sacudiéndome por el cuello, logré clamar a mi Dios, a sus Ángeles, a la Virgen. Apreté mi Biblia y mi rosario contra mi pecho, luego cerré los ojos para no ver aquella cara monstruosa, de mirada refulgente, cargada de odio y me dejé caer de rodillas, pero siempre rezando y clamando al verdadero Dios. Al fin, cuando el aire faltó en mis pulmones, grité dentro de mí, con toda la fuerza de mi amor y mi fe, encomendando mi alma a las cortes celestiales.
En ese instante, el demonio dejó de aferrar mi cuello y el viento, convertido en remolino arreció su furia; pues sentí como las piedrecillas que el vendaval alzaba, golpeaban mi cara y mi cuerpo. Aún escuché que, algo, semejante a una especie de un cuero duro, grande, se iba rodando por la cuesta, imagino que arrastrado por el torbellino. Cuando abrí los ojos me encontré sola, hincada, ahí en medio de la calle; con mi Biblia y mi rosario apretados contra mi pecho.

Creo firmemente que mi Dios me salvó y, a mi vez, doy este testimonio para que sirva de algo. Sí, el mal existe y yo lo vi, cara a cara. Las marcas de sus garras duraron varios días en mi cuello.

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